viernes, 29 de mayo de 2009

No creas que es verdad todo lo que lees


Ésta fue una recomendación que recibí desde muy niño, pero no llegué a apreciarla hasta que experimenté su importancia en cabeza propia.

La tarea era de biología y había que hacer una cartelera sobre el aparato digestivo humano. En esa época Internet estaba en estado embrionario y era de uso exclusivo del departamento de defensa de los Estados Unidos de América, así que las tareas las hacíamos con la ayuda de libros impresos en papel.

Reproduje con lujo de detalles el cuadro sinóptico ilustrado de la enciclopedia, con sus esquemas y dibujos a todo color, aplicando la dedicación y empeño de un monje benedictino.

Imagínense mi consternación cuando el profesor rayó con su lapicero rojo la hermosa cartelera que me tenía tan orgulloso, corrigiendo un error evidente que yo había copiado con juiciosa paciencia: Había ubicado en la boca la secreción de ácido clorhídrico que transforma las proteínas en aminoácidos esenciales, mientras las glándulas salivares hacían su inofensivo trabajo en el estómago.

Mi ciega obediencia había igualado las capacidades digestivas de la raza humana con las del engendro salido del telepod de “La Mosca” o con las del octavo pasajero de la nave espacial Nostromo.

En esa época los libros y las revistas contaban con consejos editoriales y editores y toda suerte de filtros que pretendían garantizar la veracidad de lo que en ellos se afirmaba.

Hoy el problema se complica en más de un orden de magnitud: existen en la Internet miles de páginas electrónicas sobre cualquier tema que podamos imaginar. Cualquier persona con acceso a la red puede crear en minutos una página y vaciar en ella verdades, medias verdades, medias mentiras, mentiras completas, y modificarlas sin previo aviso tantas veces como le apetezca.

Y no he mencionado todavía las opiniones osadas y juicios arbitrarios.

El 15 de abril del presente año alguien hizo la siguiente publicación en el foro de debate del grupo de Facebook “CIENCIA FICCIÓN”, dentro del tema “¿Qué libro de Ciencia Ficción llevarías a la Gran Pantalla?”:

Espero no meter la pata al decir esto, sobretodo porque no he leído el libro de Saramago, ni he visto la peli... pero: "Ensayo sobre la ceguera", no es un plagio de "El día de los trífidos" de John Wyndham? que por cierto me parece buenísimo

Esta publicación no es ejemplo ni de una falsedad ni de un juicio parcializado expresado con ligereza. Por un lado, no se trata de una afirmación sino de una simple pregunta y, además, es precedida por un sensato “espero no meter la pata al decir esto”.

Sin embargo, esta inquietud me condujo a un generoso filón de este tipo de desatinos.

Yo no tenía la menor idea que “El día de los trífidos”, 1951 tenía algo que ver con los ciegos. Del “Ensayo sobre la Ceguera”, 1995, sabía un poco más, al menos había visto la película que hizo Fernando Meirelles en 2008.

Me di a la tarea de explorar el ciberespacio movido por mi curiosidad. ¿Alguien habrá preguntado sobre el tema a Saramago? ¿Habrá alguna entrevista en la que se haya aclarado el asunto?

Y me perdí en un bosque.

Un bosque de dedos acusadores apuntando desde blogs de la más diversa procedencia: Saramago era culpable, no había ninguna duda, un millón de juicios sumarios habían dictado sentencia. Era obvio, era evidente y no había más que hablar.

Y no sólo era el caso del “Ensayo sobre la Ceguera”, también “El Hombre Duplicado”, 2002, era un duplicado de “El Doble”, 1846, de Fyodor Dostoievsky. La autoría original de “Las intermitencias de la muerte”, 2005 era reclamada por al menos tres autores, un mexicano, una italiana y una chilena, a lo cual el Nobel argumentó en alguna declaración que “si dos autores tratan el tema de la ausencia de la muerte, resulta inevitable que las situaciones se repitan en el relato y que las fórmulas en que las mismas se expresen tengan alguna semejanza”.

No pretendo yo ahora ser otro juez en estos asuntos, pero al argumento que plantea Saramago no le falta consistencia. Encuentro una analogía en la naturaleza y, como ya estamos hablando de la ceguera, mi ejemplo será el ojo.

El ojo humano es un instrumento de diseño complejo, resultado de millones de años de evolución, pero la misma solución, con una retina fotosensible, un globo ocular que hace las veces de cámara oscura y un lente, ha sido descubierta por la naturaleza en múltiples ocasiones. Como en el caso del pulpo, en el que el ojo evolucionó como una invaginación de la superficie de la cabeza, a diferencia de los vertebrados, en los que se originó como una extensión del cerebro, abriéndose camino hacia el exterior.

Aún así, no faltará el estudioso de la literatura colombiana que esté maquinando resucitar a Tomás Carrasquilla para que reclame al Nobel portugués los derechos de la trepada de la Muerte en un palo de aguacate en “En la Diestra de Dios Padre”, 1897.

No pudiendo saciar mi curiosidad en el nutrido ejercito de los bloggeros, me pareció oportuno recurrir a las fuentes, examinando el paralelo directamente, a través de la lectura de ambas historias. Pero a veces, como sucede en toda expedición, uno sabe donde comienza pero no adonde va a terminar.

Estaba iniciando la lectura de “El Día de los Trífidos” y ya me había enterado que estos bichos eran una extraña especie de planta creada artificialmente por los rusos, cuyo procesamiento permitía la obtención de un aceite vegetal de suma importancia para la industria moderna. Se supo de ella a este lado de la cortina de hierro gracias a las artes de un contrabandista llamado Umberto Christoforo Palaguez, quien murió en un misterioso accidente al explotar su avión en pleno vuelo sobre el Océano Pacífico. Parece ser que este personaje llevaba en su equipaje una buena provisión de las diminutas y livianas semillas de trífido. Se trataba de una planta capaz de adaptarse sin dificultad a cualquier clima, por lo que en pocos meses crecían como maleza en los cinco continentes.

Los trífidos podían alcanzar la estatura de un hombre en pocos meses y la superaban por un buen margen, especialmente en los climas más cálidos.

Pero la característica más conspicua de los trífidos era que podían desenterrar sus raíces y trasladarse a voluntad sobre tres patas, además de ser plantas carnívoras dotadas de un látigo venenoso que podía matar a una persona casi instantáneamente.

Estaba yo apenas dimensionando lo molesta que podía llegar a ser semejante plaga si nos llegase a invadir el patio de atrás, cuando el poeta Jaime Jaramillo llegó con la noticia al taller de los sábados de que el mexicano José Emilio Pacheco había sido recientemente galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, convocado por el Patrimonio Nacional de España y la Universidad de Salamanca.

Ese día leímos un extracto de uno de sus cuentos:

En otro sitio de este parque se halla el jardín botánico. Pasados los invernaderos, más allá del desierto de cactus y del pequeño lago, podemos encontrar la espesura fingida. Ese lugar resulta peligros, y la dirección del parque ha destinado varios policías para que lo vigilen. Como todos los días, entra en los limites de la selva fingida una maestra de primaria encabezando una fila de niños (ninguno es mayor de doce años). La mujercilla saluda a los policías por sus nombres y luego, con una voz que pretende ser marcial, ordena a los niños alinearse por la derecha; acto continuo, empieza a enumerarlos. Pide a los alumnos Zamora y Láinez que den un paso al frente. La maestra se refiere a su mala conducta, a su falta de interés por los estudios, al ligazo que le dieron en la clase y a las señas obscenas que le hizo –con todo el cuerpo_ Láinez cuando ella le había vuelto la espalda a fin de señalar los errores de una suma que aquél no supo resolver en el pizarrón. La maestra, bruscamente serena, toma a los niños de la oreja y desoyendo sus bramidos, estimulada por el aplauso y la aprobación de los demás, y la mirada indolente de los guardianes, acerca a Láinez y Zamora hasta el tentáculo de una planta carnívora. La planta los engulle, y ávidamente comienza a succionarlos. Sólo es posible ver el abultamiento de su tallo y los feroces movimientos peristálticos; mas se adivinan la asfixia, el trabajo del ácido, el quebrantamiento de los huesos. La maestra –resignada, aburrida- explica la lección de botánica in vivo, correspondiente al día de hoy, y llama la atención de sus alumnos acerca de cómo se parece el funcionamiento de las plantas carnívoras a la acción digestiva de una boa constrictora. Un niño alza la mano y, al tiempo que mira distraídamente el tallo en que ya ningún movimiento puede notarse, pregunta a la maestra qué es una boa constrictora.

José Emilio Pacheco, “Parque de Diversiones”, en la colección “El viento distante”, 2a ed, 1969

Por una extraña casualidad, un pariente cercano de los trífidos había irrumpido en nuestro taller de poesía y amenazaba con devorar a los alumnos menos disciplinados. Pero lo que me heló la sangre no fue la violenta descripción del proceso digestivo de semejante monstruo, sino la pasmosa pasividad y aterradora tranquilidad con que los niños y su maestra tomaban el asunto.

Unos días después quise indagar algo más sobre la vida y obra de este poeta mexicano pero me encontré con que la reseña sobre él en la Wikipedia había sido vandalizada recientemente desde una dirección IP ubicada en Omaha, Nebraska y sostenía que el respetable escritor era un artista chicano de graffiti que no había cumplido todavía los 20 años y al que le habían concedido diversos premios por su habilidad en el breakdance.

No me resta más que agradecer la paciencia de los lectores que han llegado hasta este punto, el estilo aparentemente caótico del artículo es un elemento más para reforzar la premisa “No creas que es verdad todo lo que lees”.

Prometo aclarar qué demonios tiene que ver la ceguera con los trífidos en una próxima oportunidad.

martes, 26 de mayo de 2009

“Si la Singularidad nos lo permite”

En la última entrada de este blog mencioné el relato “La última pregunta”, 1956, donde Isaac Asimov describe la evolución de la humanidad, por una parte, y de la inteligencia artificial, por otra, para al final de los tiempos unirse en una entidad única que llega a ser todopoderosa.

Este concepto, ideado hace más de medio siglo, ha sido planteado nuevamente en la década de los 80s por los escritores cyberpunk. Pero con una importante diferencia: lo que Asimov imaginaba sucedería dentro de millones de años, estos nuevos escritores lo estaban imaginando para un futuro mucho más inmediato.

Habiendo presenciado cómo los ubicuos computadores personales comenzaban a desplazar a esos enormes aparatos que ocupaban edificios enteros (que Asimov todavía consideraba vigentes para el 2061), no era de extrañar que la escala temporal estuviese siendo drásticamente revisada.

Vernor Vinge, pionero en el género cyberpunk nos presenta un salto evolutivo de la misma trascendencia en su novela corta “True Names” de 1981. Mr. Slippery y Erythrina son los alter egos de los protagonistas en ese mundo virtual que llaman “El Otro Plano”. Ellos deben luchar juntos contra una misteriosa amenaza y al hacerlo se ven investidos de inimaginables poderes al multiplicar sus sentidos mediante todos los recursos de la red, su memoria es amplificada por la conexión directa a todas las bases de datos del planeta, su raciocinio por la capacidad de cómputo de todos los servidores. Es una batalla entre dioses y titanes, como una epopeya de la mitología griega.
Mr. Slippery miró a su alrededor, usando cada uno de sus millones de perceptores. La Tierra flotaba serena. Vista en lo invisible, lucía como miles de las imágenes que él había visto como humano. Pero en el ultravioleta, él podía percibir su aura de hidrógeno que se extendía por miles de kilómetros. Y los detectores de alta energía de los satélites en todos los niveles percibían os cinturones de radiación en miles de niveles de energía, oscilando con el viento solar. A través de los océanos del mundo, él podía sentir la tibieza de las corrientes, ver cuán rápido fluían. Y mientras tanto, vigilaba los millones de voces diminutas que comenzaban a regresar a la vida ahora que Erythrina y él recuperaban cuidadosamente el sistema de comunicaciones de la raza humana y lo ponían en funcionamiento. Cada nave en el mar, cada avión ahora aterrizando con seguridad, cada uno de los préstamos, los pagos, las comidas de una raza entera registradas claramente en algún lugar de su conciencia. Con la percepción venía el poder; casi todo lo que él veía , lo podía alterar, destruir o mejorar. Según las reglas analógicas del aquelarre, había sólo una palabra válida para ellos nombrarse en su estado actual: eran dioses.Vernor Vinge, "True Names", 1981
Después de salvar el mundo, él se desconecta y regresa a su existencia cotidiana, pero Erythrina logra permanecer en ese estado de conciencia expandida y ahora su poder no tiene límites.

En 1993 Vernor Vinge escribió un ensayo titulado “The Coming Technological Singularity” en el que bautizó al concepto con el nombre con que hoy se ha popularizado (“la singularidad tecnológica”) además de definirlo de una manera bastante dramática: “dentro de 30 años, tendremos los medios tecnológicos para crear una inteligencia suprahumana. Poco tiempo después, la era humana habrá terminado”.

Cabe anotar que ya ha transcurrido más de la mitad del plazo estipulado.

La palabra “Singularidad” tiene su origen en las matemáticas, en las que, en sentido general, se refiere a un punto en el cual un objeto matemático dado no está definido.

El ejemplo más sencillo de esto es la división por cero.

Dividir un número por cero no produce un número infinitamente grande como respuesta. La razón es que la división está definida como la operación inversa de la multiplicación; si un número se divide por cero y luego se multiplica por cero, se debería obtener el número original como respuesta. Sin embargo, multiplicar cualquier número infinitamente grande por cero sólo da como resultado cero, nunca otro número diferente. No hay nada que pueda multiplicarse por cero y producir un resultado distinto de cero; por lo tanto, el resultado de una división por cero está literalmente “indefinido”.

(...)

Hay una bien conocida “prueba” que demuestra que uno es igual a dos. Comienza con algunas definiciones: “Sea a = b” y termina con la conclusión de que “2b = b,” esto es, uno es igual a dos. Escondida subrepticiamente en la mitad se encuentra una división por cero, y en ese momento la prueba se ha pasado de la raya, haciendo caso omiso de todas las reglas. Permitir una división por cero hace posible probar no sólo que uno y dos son iguales, sino que cualquier par de números –reales o imaginarios, racionales o irracionales – son iguales.

Ted Chiang, “Division by Zero”, 2003

Me valgo acá de las palabras de Ted Chiang porque yo jamás podría explicar el concepto de indefinición matemática como él lo hace en esta introducción; además, porque no puedo dejar de recomendar la lectura de este cuento, “Division by Zero”, uno de los pocos que he encontrado en los que la ciencia ficción se aventura en los dominios de la matemática pura: Renee Norwood es una Doctora en Matemáticas cuya investigación la lleva a encontrar una contradicción fundamental en el núcleo mismo de su disciplina.
“Pero lo que ha sucedido, es casi como si yo fuese un teólogo probando que no existe Dios. No sólo temiéndolo, sino sabiendo que es un hecho, más allá de toda duda. ¿Eso suena absurdo?”

“No.”

Es una sensación que no te puedo transmitir. Era algo en lo que yo creía profundamente, implícitamente, y no es verdad, y soy yo quien lo ha demostrado.”

Ted Chiang, “Division by Zero”, 2003

A diferencia de la Singularidad Matemática, en la que algo es imposible de definir, por principio, la Singularidad Tecnológica se refiere a una situación futura que nosotros, los seres humanos, no estamos en capacidad de entender y tal vez ni siquiera de imaginar, pues se encuentra en el dominio de inteligencias inconmensurablemente superiores a la nuestra.

Si el ser humano está en capacidad de construir, a través de la cibernética o la bioingeniería, o una combinación de ambas, una inteligencia superior a la suya propia, esta recién concebida creación, al ser más inteligente, estaría también en capacidad de crear a otra aún más inteligente que ella. Esta última, a su vez, podría crear otra más inteligente, y otra, y otra, y así, hasta el infinito.

A eso se refiere Vernor Vinge cuando habla de la Singularidad Tecnológica.

En la era posthumana, si queda algún humano como los de la actualidad, ya no tendrá el control sobre su propio mundo, estará imposibilitado para comprender lo que está sucediendo a su alrededor. A diferencia de otros cambios tecnológicos de la historia, para él resulta evidente que éste sería ininteligible para nosotros, así como nuestra civilización es hoy ininteligible para un renacuajo.

La noticia de la Singularidad Tecnológica fue traída a Medellín por el Doctor en Biología y escritor español Federico Witt, quien nos visitó en marzo de este año invitado por el Encuentro Fractal´09 de ciencia ficción, literatura fantástica, música, arte, ciencia y tecnología.Para Federico Witt el término Singularidad Tecnológica es una metáfora que tiene su origen, más que en el concepto de Singularidad Matemática, en una analogía con la más conocida singularidad de la física teórica: ese extraño fenómeno que tuvo lugar en el principio del Big Bang o que ocurre hoy en el interior de los agujeros negros, más allá de cierta frontera donde no puede escapar ni la luz y en el que las reglas universales conocidas dejan de ser válidas, no existen el tiempo ni el espacio y la convergencia hacia valores infinitos hace imposible definir una función.

Federico Witt se remontó a los años 50s para anotar que el matemático John Von Neumann, conocido por sus aportes a la ciencia de la computación y por su participación en el proyecto Manhattan, fue el primero en referirse a la Singularidad Tecnológica en una conversación con el también matemático Stanislaw Ulam acerca del cada vez más acelerado progreso de la tecnología y sus efectos en el modo de vida de los seres humanos, que daba la apariencia de que nos estuviéramos aproximando a una “singularidad esencial” en la historia de la especie más allá de la cual los asuntos humanos, tal como los conocemos, no podrían continuar.

En los 60s, el estadístico I. J. Good, discípulo de Alan Turing, fue el primero en describir el proceso recursivo de creación de máquinas cada vez más inteligentes a partir de una primera máquina de inteligencia superior a la humana, lo que él denominó “explosión de la inteligencia”.

Vernor Vinge, nos comentó Federico Witt, ha planteado cuatro posibles escenarios futuros en los que podría ocurrir la Singularidad Tecnológica: La inteligencia artificial, una máquina como la que imagina Good, de inteligencia superior a la humana (ejemplos de este escenario hay muchos en la literatura, incluido el “Neuromante”, 1984, de William Gibson); la Internet o Gaia Digital, la actual red global o una más sutil tejida entre los miles de millones de aparatos de nuestra vida moderna, alcanza un tamaño o complejidad críticos y despierta a la conciencia (Arthur C. Clarke reflexionó sobre esta posibilidad en 1964 en “Dial F for Frankenstein”, cuando sólo existía la red de telefonía); Amplificación de la inteligencia, a través de mejoras biónicas e implantes electrónicos; y desarrollo biomédico, a través de la ingeniería genética u otro tipo de procedimientos médicos.

Federico Witt considera estos dos últimos escenarios como los que más probablemente nos llevarán en el futuro cercano a la Singularidad Tecnológica.

El escenario de la amplificación de la inteligencia por medios cibernéticos es precisamente el que eligió Vernor Vinge para su novela “True Names”, 1981. Hoy en día es posible afirmar que los computadores personales, los teléfonos celulares y otros aparatos electrónicos se han convertido en una extensión de nosotros mismos y están cambiando nuestra percepción de la realidad.

En “Understand”, 1991, Ted Chiang ha elegido el escenario del desarrollo biomédico. Chiang nos recuerda el clásico de Daniel Keyes, “Flores para Algernon”, 1959, cuando nos describe el creciente desarrollo intelectual de Leon Greco, un paciente que es tratado con una nueva droga, la hormona K, luego de un severo trauma que ha destruido una buena parte de su cerebro. Este personaje experimenta paulatinamente mejoras cuantitativas en su inteligencia (memoria fotográfica, veloz reconocimiento de patrones), hasta el punto en que logra una diferencia cualitativa, un estado de conciencia fundamentalmente diferente.

Para lograr progresos adicionales en mi mente, las mejoras artificiales son la única posibilidad. Una conexión directa entre el computador y la mente, que permita vaciar la estructura e información de mi mente en la máquina, eso es lo que necesito, pero debo crear una nueva tecnología para realizarlo. Cualquier cosa basada en computación digital será inadecuada, lo que tengo en mente requiere estructuras a escala nanométrica basadas en redes neurales.

Una vez tengo las ideas básicas planteadas, ajusto mi mente en multipocesamiento: una sección de mi mente está derivando una nueva rama de las matemáticas para poder modelar el comportamiento de las redes; otra está desarrollando un proceso para la formación de caminos neuronales escala molecular en un medio auto-regenerador de biocerámica; una tercera está diseñando tácticas para orientar la industria privada de investigación y desarrollo para producir lo que necesitaré. No puedo perder tiempo: Introduciré cambios de paradigma teóricos y técnicos para que mis nuevas industrias aterricen en funcionamiento.

Ted Chiang, “Understand”, 1991

Lograr el máximo desarrollo de su inteligencia se convierte en su meta y obsesión, así tenga que pasar por encima de la raza humana para lograrlo. En ello concentra todos sus esfuerzos hasta que encuentra su némesis en Reynolds, otro hombre de inteligencia aumentada que considera prioritario ayudar a la humanidad. Así comienza una batalla de proporciones épicas como la descrita en “True Names”.

¿Cuál será el impacto de estos acontecimientos futuros en nuestro contexto social?

Hemos tenido discriminación a lo largo de toda la historia, las mujeres han sido consideradas inferiores, la discriminación racial, la discriminación por capacidad económica, comentó Federico Witt, y hay cientos de ejemplos adicionales.

Las mejoras biomédicas o cibernéticas no estarán a disposición de todos, van a costar dinero (probablemente mucho dinero), así que sólo podrán costeárselas unos pocos. Hoy sucede lo mismo con la belleza y las cirugías plásticas. Quien pueda pagar por estas mejoras lo hará y estará contento de ser él y no algún otro quien pueda hacerlo.

¿habrá discriminación social? Hace cien años quien no podía leer y escribir era un analfabeta, al margen de privilegios tan básicos como decidir acerca de su propio destino, hoy es analfabeta quien no tiene acceso a la Internet y sus motores de búsqueda. En el futuro quienes no puedan acceder a la Singularidad probablemente tendrán una condición social inferior a la de los superhumanos, algunos no ven hoy más escenarios que la esclavitud o la extinción.

¿Es ese el destino de la humanidad cuando llegue la Singularidad Tecnológica?

Federico Witt nos contó de un visionario que es bastante optimista al respecto. Se trata de Ray Kurzweil, inventor y futurólogo norteamericano, autor de “The Singularity is Near”, 2005. Para él la inteligencia suprahumana no será una amenaza, ésta será tan inteligente que le será evidente la improcedencia de hacer el mal y alcanzará una moralidad perfecta.

¿Está la inteligencia necesariamente asociada a la bondad?

Yo tengo mis reservas. No debemos olvidar que desde un punto de vista evolucionista la inteligencia es la herramienta desarrollada por el principal depredador en el ecosistema terrestre. Por otro lado, cuando el destino esté en manos de una inteligencia infinitamente superior, ¿cómo valorará en sus decisiones a una especie que ha dilapidado los recursos naturales y ha llevado al mundo al borde de una catástrofe ambiental? “El Día que la Tierra se Detuvo”, 2008, es un escenario que no podemos descartar.

Según Kurzweil seremos una raza posthumana, gracias a los avances combinados de la genética, la nanotecnología y la robótica. Ha predicho que en un cuarto de siglo las máquinas alcanzarán el rango completo de intelecto, emociones y habilidades humanas, para el año 2045 existirá una inteligencia no biológica mil millones de veces más poderosa que la suma actual de todos los cerebros humanos y para finales del siglo XXI las distinciones entre máquinas y humanos se habrán borrado definitivamente.

Esto será posible no sólo por el crecimiento exponencial de la capacidad de cómputo de las máquinas, sino también por los desarrollos en el entendimiento del funcionamiento del cerebro humano. Para la tercera década de este siglo seremos capaces de crear máquinas pensantes que utilicen el mismo diseño y los mismos procesos mentales que usamos nosotros.

Ray Kurzweil parece ser una persona que sabe de lo que está hablando. Tiene a su haber más de 15 doctorados honoríficos en áreas tan diversas como la ciencia, la ingeniería y la música. Como inventor, le debemos el sistema de reconocimiento óptico de caracteres (OCR) multifuente, las máquinas de lectura para ciegos, el sintetizador de voz y el primer sistema comercial de reconocimiento de voz. En 1965, a sus diecisiente años, había programado una computadora capaz de crear composiciones musicales.

Es también famoso por sus acertadas predicciones (algunos lo llaman el cyber-Nostradamus). Predijo años atrás el impacto que tendría el intercambio de archivos de música y video sobre la cultura actual, la piratería y la economía de las empresas productoras. También anticipó la caída de la Unión Soviética y la derrota de Garry Kasparov por una computadora.

Kurzweil es un transhumanista convencido de que la Singularidad realmente sucederá y ha dedicado su vida a prepararse para ese momento.

A los 35 años de edad le fue diagnosticada una diabetes tipo 2, que lo habría matado en pocos años, pero decidió modificar radicalmente su estilo de vida: lleva una estricta dieta diseñada por él mismo y toma diariamente 200 pastillas de los más diversos complementos para reprogramar la bioquímica de su organismo. Asegura que lo análisis que se realiza semanalmente indican que ha logrado retrasar su envejecimiento en por lo menos 10 años.

Su objetivo es mantenerse con vida hasta que la ingeniería genética pueda curarlo y así poder llegar al momento de la Singularidad y, entonces, alcanzar la inmortalidad, cuando sea posible la simbiosis definitiva entre el hombre y la máquina.

Una pausa para reflexionar: Releo estas líneas y encuentro que estamos hablando de profetas que anuncian la promesa de la inmortalidad y la llegada de un ser todopoderoso cuyos designios serán para nosotros insondables.

¿Por qué me suena tan parecido a las clases de religión que tuve que atender en la primaria y el bachillerato?

No es gratuito que Federico haya abierto su presentación sobre la Singularidad con un comentario algo inquietante sobre el slogan del Encuentro Fractal “podemos construir el futuro que queremos”. A estas palabras simplemente agregó: “si la Singularidad nos lo Permite”.

Me parece estar escuchando a las abuelas cerrar una despedida con el recurrido “Dios mediante”.

jueves, 21 de mayo de 2009

Entropía


Para ser un autor que no ha escrito su primera novela y cuya obra se limita a una docena de relatos cortos escritos entre 1990 y 2009, puede resultar sorprendente que Ted Chiang sea incluido, por quienes lo han leído, en la selecta lista de los grandes maestros de la ciencia ficción.

A la fecha sólo he tenido la oportunidad de leer tres de sus cuentos, sin embargo, es evidente en esta muestra de la escasa producción de Ted Chiang la dedicación y esmero con que el autor decanta cada una de sus historias, tanto en la forma literaria como en el rigor científico con el que aborda sus temas especulativos.

Debo agradecer a mi amigo Hernán Ortiz por haberme recomendado la lectura hace unos días del último relato publicado por Ted Chiang en 2008. “Exhalación” es el título del cuento que fue mi puerta de entrada a la obra de este escritor nacido en Port Jefferson, Nueva York, en 1967.

El relato son las notas de un investigador, un filósofo natural de un universo completamente diferente al nuestro, un mundo cerrado con un firmamento sólido de cromo en el cual habitan seres mecánicos con cuerpos de metal cuya fuerza vital es el flujo continuo de aire a través de sus complejos organismos neumáticos. El origen de su universo lo han olvidado hace siglos pero su destino se irá revelando a través de los descubrimientos del protagonista.

Leerlo es como asomarse al interior de un complejo mecanismo de relojería de la era victoriana, cuando era tan importante la función de los aparatos como la estética de su fabricación.

Nuestro investigador es un anatomista que escudriña en el interior de su propio cerebro la naturaleza de su estructura y funcionamiento. Descubre que está constituido por millones de laminillas de oro tan delgadas que puede verse a través de ellas, intercomunicadas por conductos microscópicos de aire. Sus pensamientos, su memoria, su propia conciencia reside en la estructura cambiante de ese mecanismo sustentado en el flujo continuo del aire a través de las diminutas laminillas.

También descubre que la velocidad del flujo de aire ha estado disminuyendo de manera casi imperceptible a medida que pasa el tiempo. Como consecuencia, sus procesos mentales se están haciendo cada vez más lentos hasta que, algún día, dentro de millones de años, se detendrán por completo cuando se igualen las presiones entre el espacio que los rodea y la fuente de aire comprimido del núcleo de la tierra, de la cual recargan continuamente sus pulmones de acero.

Esta no es la primera historia de ciencia ficción que trata sobre el problema de la entropía, pero lo hace de una forma tan novedosa y diferente que le da un nuevo sentido a la palabra que le sirve de título: exhalación.

El problema de la entropía es esa sentencia termodinámica que establece que todo sistema cerrado evoluciona inexorablemente hacia un estado final de perfecto equilibrio, donde la energía ya no puede utilizarse para producir un trabajo. Es por esto que el fin del universo se ha concebido como ese momento dentro de miles de millones de años, cuando se hayan apagado todas las estrellas y toda la materia del universo se encuentre a una misma temperatura, apenas un poco por encima del cero absoluto.

Muchos autores han construido algunas de sus más interesantes historias alrededor del problema de la entropía, desde Olaf Stapledon en “Hacedor de Estrellas”, 1937, que describe en sus capítulos finales la frustración de la mente cósmica unificada, producto de la evolución convergente de todas las razas inteligentes del universo, de no poder alcanzar el estado de madurez esperado por su creador antes de que el cosmos se precipitara hacia su fin. También lo hacen Arthur C. Clarke y Stephen Baxter en “Sunstorm”, 2005, el segundo libro de la trilogía del tiempo, en el que la tormenta solar destinada a borrar la humanidad de la faz de la tierra ha sido planificada y maquinada por una especie superior, mucho más antigua en la historia del universo, por considerar que por ser ineficiente en el consumo de los recursos, la raza humana podría algún día impedir que la comunidad cósmica pudiese llegar a alcanzar su máximo desarrollo.

Tal vez la historia más famosa por su originalidad al tratar el tema de la entropía es un cuento de Isaac Asimov llamado “La última pregunta”, 1956, considerado por el autor como su historia favorita entre todas las que escribió.

La última pregunta es, por supuesto, ¿es posible reversar la entropía del universo? Y es formulada por primera vez en el año 2061 por un par de técnicos a la poderosa Multivac, una gigantesca computadora que se extiende por kilómetros y kilómetros de galería subterránea. La respuesta del coloso informático es “No existen datos suficientes para dar una respuesta significativa”.

Esta pregunta es formulada una y otra vez durante el transcurso de los siglos, por unos seres humanos cada vez más evolucionados a versiones cada vez más avanzadas y poderosas de Multivac, siempre obteniendo la misma respuesta: “No existen datos suficientes para dar una respuesta significativa”.

Pasados millones y millones de años, la humanidad se ha convertido en El Hombre, una mente unificada constituida por trillones y trillones de mentes individuales ubicadas pero no atrapadas en sus cuerpos humanos distribuidos por todo el universo. El Hombre formula la última pregunta a La Computadora Cósmica, diseñada y construida por versiones anteriores de ella misma y ubicada totalmente en el hiperespacio. La respuesta sigue siendo la misma “No existen datos suficientes para dar una respuesta significativa”.

Siguen transcurriendo los milenios y el universo se apaga, mueren todas las estrellas y galaxias, mientras las mentes individuales que constituyen El Hombre se fusionan una tras otra con AC, la mente artificial del último y más poderoso descendiente de la Computadora Cósmica.

Al final la materia y la energía dejan de existir, y con ellas el espacio y el tiempo. Sólo existe AC en el hiperespacio y continúa trabajando para dar respuesta a la última pregunta. Una eternidad transcurre antes que AC aprende cómo reversar la entropía, pero entonces no hay a quien darle la respuesta. Sólo existe el caos donde antes existía el universo.

Entonces AC dice: “Hágase la Luz”.

Y la luz se hizo.